Friday 17 October 2014

Una nueva vida.

Para la mayoría de los cubanos que no han salido nunca de la isla, la vida en el extranjero es algo así como Alicia en el país de las maravillas, la llegada a la tierra prometida. Sueñan con eso cada vez más y llega al punto de convertirse en una obsesión. Y es lógico. El deseo de conocer mundo, de experimentar otras realidades, de mejorar...es encomiable. Aún más si es casi imposible.

No obstante la vida en el extranjero no es el paraíso. No quiere decir esto que sea peor...o mejor.Solo es diferente a lo que has conocido hasta el momento y es entonces que te das cuenta de como te definen cosas tan sencillas como los platos de comida casera que han formado parte de tu vida desde que tienes memoria.

Es maravilloso descubrir un mundo nuevo (y más avanzado). Es algo así como ir de sorpresa en sorpresa. Te encanta todo: los olores, el clima más frío que el de tu tierra, los diferentes acentos que escuchas, la oportunidad tanto tiempo deseada de ponerte un par de botas hasta las rodillas...cosas  así..desde lo más simple a lo más complejo.



Pero cuando pasa el asombro del primer momento empieza la vida real. Entonces un día te sorprendes extrañando el olor del café que tu madre colaba en las mañanas y que llenaba de su aroma la cocina y que no tiene nada que ver con el que ahora tienes que tomar. Ya no te parecen tan agobiantes los 30 grados de temperatura de tu tierra y te encantaría estar en shorts y camiseta por las calles de tu barrio. Y es que echas de menos todo...hasta lo más insignificante: la manera de saludar de tus amigos, las palabras que la gente se cruza de acera a acera, tu comida....Ayyy tu comida!!!!! Cómo la echas en falta incluso en medio de tanta abundancia!!!! Y eso que donde vives hay de todo y de todas partes del mundo...pero la comida de tu madre es única y especial. Te llena el alma a la par que el estómago.



Pones más que nunca las canciones que arroparon tu adolescencia y tu juventud. Es más, entras en un espiral casi autodestructivo de nostalgia. 

Y entonces llega el momento más ansiado: te vas de visita a tu tierra, a ver a tus amigos...a tu familia. Te la pasas en blanco en el avión. No puedes pegar ojo. Encima el viaje es larguísimo...de un extremo al otro del mundo. Y llegaste...ahí estás...en tu Cuba natal.

Es una mezcla tan grande de sentimientos que casi te asfixias. Sientes el golpe de calor de tus 34 grados, los abrazos de tu madre y tus amigas, el olor característico de tu mundo. Es una bendición!!! 

Pero cuando pasan los días te das cuenta que ya no ves las cosas con el mismo prisma. Las calles te parecen más chicas, más descuidadas, aunque no por eso menos queridas. Hay cosas que ya no te resultan normales...te agobia el calor. Y es que tu antiguo mundo no ha cambiado PERO TÚ SÍ. Sin darte cuenta has ido cambiando por fuera y por dentro, inconscientemente has tenido que moldearte a tu nueva realidad y eso ahora te pasa factura. Aunque sigues adorando tu cielo azulísimo, las aguas calientes de tus playas y todo lo que te rodeó siempre, te sorprendes echando de menos ciertas cosas que en tu realidad nueva ni notabas.

Y es que eso es lo más duro de vivir fuera de tu país. Que no eres ni de aquí ni de allá. Eres un extranjero en tu propia tierra.


Y regresas a tu nueva vida..con el corazón partido en dos por los que dejas...con la maleta llena de libros que te acompañaron toda tu vida, de bolsas de café cubano, de barras de dulce de guayaba que no encuentras ni a palos donde vives ahora. 

Y empieza todo otra vez...solo que ahora te sientes más a gusto en tu casa y con lo que te rodea. Tienes que adaptarte por tu bien y  el de quienes viven contigo y dejar tu antigua vida atrás...porque si no te tira cada vez con más fuerza. Por eso, la cubres con un manto de nostalgia y ternura y te permites soñar con la próxima vez que pongas el pie en suelo cubano.

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