Wednesday 24 September 2014

La sorpresa....

Esa mañana no pudo resistir la tentación y lo buscó entre la gente. Desde hacía días evitaba cualquier tipo de contacto visual al montarse en el ómnibus, ya a esas alturas atestado de personal. No se sentía con fuerzas para resistir una mirada que sabía profunda y en la que se perdería como en un abismo insondable.
Recordaba con toda claridad el día que se había percatado de su existencia. En ese momento todavía el dolor por la ruptura con aquel hombre del que seguiría enamorada toda la vida le pesaba como una losa, le asfixiaba y le impedía hasta pensar. El hecho de que hubieran compartido casa y trabajo no la ayudaba ya que todos los detalles del diario recorrido del transporte laboral le traían algún recuerdo más o menos doloroso según la intensidad. Solo quedaba mirar sin ver por la ventana y dejar pasar  el tiempo y los edificios hasta llegar al centro en el que, como un castigo más, le esperaría el inevitable encuentro con lo que había dado en llamar “lo mejor de lo peor que me ha pasado”.
Los nombres de Messi y Casillas junto a otras glorias deportivas del fútbol y sus estadísticas le taladraron el pensamiento como una aguja ardiente. Qué horror!!- pensó- amanecer hablando sandeces” y curiosa volteó para ver quiénes eran los culpables de que hubiese salido de su marasmo autodestructivo.
A uno de ellos lo conocía, trabajaban en el mismo lugar aunque sin haber cruzado nunca más que los buenos días o las frases de rigor que exige la educación más elemental, pero el otro…Era un joven normal, pequeño para sus estándares de un metro  ochenta y más, trigueño y con unos rizos que le salían del pulóver por más que quisiera ocultarlos. Eso la interesó, siempre le habían llamado la atención los hombres muy velludos. Justo en ese instante él volteó a mirarla y le asaltó como un puñal la tristeza infinita de aquellos ojos profundos y oscuros.
Pero su propia melancolía era todavía muy intensa para pensar en algo más. Además, lo desechó como alguien insignificante: a quién se le ocurriría abrir el día hablando de futbol?- concluyó su juicio de manera terminante y no pensó más en el asunto. Por eso, la mañana en que él se acercó y le habló de literatura, de poesía, el asombro fue genuino y real pues se percató no solo de que sabía hablar de algo más que de deporte sino que había leído y había leído mucho…que tenía una facilidad de palabra sorprendente y una sonrisa encantadora. No obstante cuando le entregó aquella especie de pergamino, atado con una cinta naranja (sabría lo que significaba ese color?) no pudo evitar pensar que seguramente se trataría de uno de aquellos poemas que a lo largo de la vida había recibido por decenas…a mucho dar Benedetti, quizá Neruda. Tal vez ni eso, por lo que no se dio prisa y esperó, con toda la calma que su seguridad le daba, a llegar a la tranquilidad de su oficina para desenrollar el pergamino y darle rienda suelta a la sorpresa al constatar que no conocía una sola de las líneas allí escritas, leer arrobada los dos últimos y geniales versos y descubrir (ahora sí en el colmo del asombro) que el autor era uno de los poetas más reconocidos y leídos ,no solo por ella, sino por todos sus coterráneos.
Fue en ese justo minuto cuando supo, con una claridad meridiana, que iba a empezar una batalla que sabía perdida de antemano. Lo que sí nunca calculó fue la intensidad y diversidad de sensaciones que sus encuentros le producirían: desde besarse como adolescentes a plena luz del sol o en pasillos oscuros hasta sentirse atada de pies y manos (real y físicamente de manos) mientras él exploraba todo su cuerpo, se burlaba de atavismos y tabúes, rozaba cada centímetro de su piel con aquellos dedos pequeños  a los que nunca supuso tan ágiles mientras le decía al oído que era una bruja, una hechicera, una vampira que sacaba a flote lo más elemental y primitivo de su condición ya no de hombre, sino de macho…y macho dominante además. Fue en ese tiempo en el que decidió tatuarse en la cintura (la misma que habían estrechado sus manos) el diseño del sol maya que un día él le mostrara, justo cuando le regaló una antología de poesía de su autor favorito con una dedicatoria donde abundaban referencias a la noche y la luna reflejada en los charcos de la ciudad desierta. Sería un buen homenaje para aquel muchacho-hombre que había operado el milagro de que le gustaran las canciones de Sabina pero sobre todo que le devolviera la sonrisa y la seguridad en sus ojos de gata que anduvo perdida por un rato.
“Por qué pienso en todo esto ahora??” se preguntó cuando sus miradas se encontraron  frente a frente esbozando un buenos días… y al mirar su sonrisa supo inmediatamente la respuesta: coño…como quisiera besar otra vez esa boca!!!!”

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