Tuesday 23 September 2014

El torrente


Barítono... la palabra que más temía de las tres es la que ha salido. A la mente me vienen las grandes personalidades de la ópera internacional, las veces que fui a ver alguna zarzuela..el disco de Il Divo que tengo en casa. Pero aquí la palabra clave es "personal". Tiene que ser algo que me haya sucedido. Y ahí saltó la historia.

Entre los años 2008 y 2010 estuve trabajando de Metodóloga de Extensión Académica en el Centro Nacional de Escuelas de Arte (CNEART). Consistía esto en coordinar el talento de las escuelas nacionales de arte (ya fuera música, artes plásticas, circo, etc) para que se presentaran en espectáculos de primer nivel. Así garantizábamos la calidad de la presentación y los estudiantes tenían la oportunidad de actuar en escenarios reales e interactuar con el público, experiencia esta que no se aprende en ningún libro de texto. Era una labor apasionante ya que estaba constantemente rodeada de adolescentes talentosos y aprendía de ellos un mundo y más.

Por supuesto, a estas actividades iban alumnos escogidos..lo mejor entre lo mejor, tarea bien difícil pues en las escuelas de arte en Cuba si algo sobra es talento. Por eso cada vez que nos solicitaban una presentación teníamos que ir por las escuelas haciendo audiciones junto al productor del espéctaculo en cuestión. Esa era mi parte favorita ya que la contrapartida eran llamadas telefónicas, coordinación de  transporte y recogida, acreditación y alimentación...ardua labor en nuestro país.

Esa vez recuerdo que tuve que empezar por una de las escuelas para mí favoritas: la de circo. Junto con el Maestro Alberto Méndez me deleité infinitamente con los números de acrobacias que presentaban los alumnos, a los que conocía en su inmensa mayoría. Las contorsiones, la habilidad física, el riesgo que implica el trapecio...todo eso me fascinaba y aún lo hace. Por eso cuando el Maestro me anunció que la próxima audición sería en la Escuela de Arte Lírico no pude evitar un mohín de disgusto. La ópera y yo nunca hemos sido muy cercanas, aunque me apene confesarlo, y tener que hacerlo por trabajo lo tornaba doblemente fastidioso.

Con un sol de infortunio, de esos de la una de la tarde en Cuba, llegamos a la escuela...un edificio antiguo, en sus días bello, pero ahora en franco declive. La sombra del vestíbulo fue una bendición y enseguida  nos hicieron pasar a la oficina del director. No me lo podía creer!!! Adolfo Casas, director del Teatro Lírico frente a mí y ofreciendome asiento y café!!! No sabía que hacer. Me senté frente a él y mientras hablaban los maestros me sorprendió la suavidad y sencillez de aquel hombre destacado por su virtuosismo a escala internacional.

La hora de empezar la audición llegó y ya con el ánimo mas predispuesto entre a una salita con un piano de cola, un pianista con look de hippie y varios asientos vacíos. Nada del glamour que yo esperaba. Tomé asiento algo decepcionada e hicieron pasar al primer aspirante. Era un chiquillo delgado al máximo, con barrillos en la cara, gafas y el pelo revuelto. Algo así  como un Harry Potter  desnutrido con acné juvenil. Menos mal que no sorprendió mi mirada de incredulidad pues me hubiera apenado muchísimo.

Sonaron los primeros acordes del piano (no me pregunten cuáles pues no estaba muy interesada) y como un milagro un torrente de voz profunda, limpia, clara salió de la garganta de aquel casi niño para darme una de las lecciones de humildad más grandes de mi vida. No sé si era barítono, bajo o tenor...no recuerdo qué cantaba...solo que no quería que parase...que siguiera cantando...que envolviera la habitación con sus notas pues en ese momento en que empezó a cantar el sol del mediodía se eclipsó así como mi escepticismo y nació en mí un profundo respeto por aquellos que con su voz hacen la magia del Universo.

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