Tuesday 30 September 2014

Cuando leí la palabra de la semana me quedé "in albis", literalmente en blanco. ¿Y ahora qué escribo yo con esa palabra? A la mente me vino buscar en Google varios conceptos, copiar y pegar pero no me gusta hacer trampas. Además debía ser una anécdota. Me quedé pensando y nada. Lo más cercano fue el nombre de un dibujo animado que veía mi hijo llamado "Pinky y Cerebro" y fue ahí, al pensar en mi hijo que vino la historia a mi "blanqueado" cerebro.

En el año 2005 trabajaba yo como profesora de Literatura en una escuela de nivel medio y mi niño estaba en primer año de círculo infantil. Contaba él con 16 meses cuando me llaman a la dirección de mi trabajo para decirme que corriera al policlínico que había pasado algo con mi hijo...y nada más.

Corrí como una verdadera loca pensando en una caída, una fractura..qué sé yo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando llegué a la clínica y me encuentro con un revuelo sin nombre de personal médico corriendo de aquí para allá y dos ambulancias esperando a la puerta. En medio de aquel jaleo se me acercó la enfermera del círculo infantil y con el rostro lleno de lágrimas y chorreando rímmel me dijo que mi niño, mi pequeño, estaba muy mal, que se había desmayado después de almorzar y estaba convulsionando.

Creí que me iba a estallar el cerebro. De niña yo convulsionaba por estado febril por lo que sabía por lo que mi niño estaba pasando. Sin darme tiempo a reaccionar un paramédico me montó en la ambulancia, al lado del chofer porque iban a trasladarlo a un hospital pediátrico. Por la ventanilla pude ver pasar la camilla. Estaba en calzoncillos, los cabellos húmedos y totalmente inconsciente. Se me estrujó el corazón como un pañuelo y más cuando a medio camino un paramédico le dice al chofer de la ambulancia que cambiara el rumbo hacia el hospital más cercano...que el niño estaba en paro respiratorio...que no llegaba con vida si tardábamos demasiado. !Dios! pensé- ¿qué dice este hombre?

Llegar al pediátrico y revolucionarse el centro fue todo uno. Los médicos, las enfermeras, los técnicos delaboratorio...todos corrían de un lado a otro. Me dieron con las puertas de Terapia Intensiva en las narices, tenía que esperar fuera. Una hora...una larga hora pasó antes que mi madre pudiera llegar..una hora en la que me colé sigilosamente una vez por la vidriera de la sala y vi a mi hijo...pequeñito en una camilla para mí inmensa, lleno de aparatos y gomas y aún inconsciente.

Dos horas más pasaron. Mi madre lloraba...todos nerviosos y yo hacía de tripas corazón para poder mantener la calma y la lucidez..para poder contestar las preguntas de los médicos sobre alergias a medicamentos, a comidas, etc. Médicos que ya no sabían qué hacer porque todas las pruebas daban negativas, no había infección o meningitis o algo que provocara aquel estado. El niño no tenía NADA. Ya sin más que hacer una doctora se acercó a mí y me preguntó si yo tenía más hijos porque no sabían que tenía, porque no contaban con él.

Sentí que mi mundo se derrumbaba...que mi cerebro estallaba en mil pedazos. ¿Cómo era eso siquiera posible? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué pesadilla era esta?

Fue entonces cuando una mujer a la que no conocía pero que sabía del caso del niño (como lo sabía todo el hospital) me pidió que si tenía fe, rezara...que Dios era padre y escuchaba con atención los rezos de los padres. Mi fe era muy tibia pero la desesperación hace maravillas. Recuerdo que me senté en un muro de azulejos y con la cabeza entre las manos empecé mentalmente una especie de rezo-conversación-negocio en el cual pedía que se cambiaran los papeles, que ya yo había vivido 26 años y no me importaba seguir viviendo sin mi hijo.

Ahora bien, en la televisión cubana hay una canción que se llama "La calabacita" y que marca el final del horario infantil y la hora de irse los niños a la cama. Desde que mi hijo tenía unos cuatro meses levantaba la cabecita del cochecito cuando escuchaba la dichosa canción. Pues clavado a fuego en mi mente están las palabras conque terminé mi rezo-conversación-negocio: "Porque me puedes decir ¿qué hago yo cuando suene "La Calabacita" si mi niño no está?"

En ese mismo instante sale una doctora preguntando por la madre. Me levanté con un miedo horrible de lo que iba a escuchar. La doctora me tomó las manos y me dijo: "Rápido mamá, ponte una bata, lávate las manos y entra que tu niño se ha despertado, ha dejado de convulsionar y está respirando por si solo". No entré a la sala, VOLÉ!!!! Antes de llegar a la cama y en lo que me ponía la bata me advirtieron que ahora el niño estaba sedado, amarrado a la camilla para que no se quitara el suero y el levín, con sonda, con monitor..en fin. pero cuando lo vi se me cayó el alma a los pies...tan pequeñito y pasar por todo esto!!! Un enfermero se acercó a explicarme las reglas de la sala y los cambios de acompañante. Con todo respeto lo frené: "Aquí no hay cambios de acompañante. Yo salgo el día que mi hijo lo haga".

A la hora o así se me acercó un médico. Me explico el estado del niño y me pidió que estuviera muy atenta cuando despertara, qué decía y si me reconocía pues en caso de que no lo hiciera era síntoma de daño cerebral debido a las tres horas que había estado convulsionando.

A su lado pasé otra hora más, velando su sueño, acariciando su cabecita hasta que despertó. Era el momento crucial. ¿Me reconocería o no? ¿Y en el caso de que no? ¿Qué pasaría después? 

Me miró con los ojitos tristes, ojeroso al máximo y balbuceó bajito: "mamita!" Dios!!! Nunca esa palabra me había parecido tan bella. Ahí mismo se me aflojó el cuerpo, perdí la entereza y rompí a llorar con desconsuelo, con alivio...

Una semana nos pasamos en el hospital, 25 días de observación en casa y cinco años de chequeo anual para al final convencernos de que esa había sido su primera y única crisis epiléptica. Durante el tiempo que pasamos en el hospital tantas personas llamaban para preguntar por él que los enfermeros y enfermeras le pusieron el sobrenombre de "el delegado de la cama 3". La primera noche que pasé allí con él la madre de la niña de la cama de enfrente me comentó que qué milagro que con mi edad tuviese solo un hijo. Cuando le dije que solo tenía 26 se quedó de piedra, pensaba que pasaba de los 40. Así había envejecido en tres horas.

Mi niño ahora acaba de cumplir 10 años. Su cerebro está perfecto: es inteligente, despierto, simpático y algo despistado. A veces me desespera con sus cosas como todo niño de su edad pero cuando mi paciencia llega al límite  recuerdo ese día en que por poco lo pierdo, le doy gracias a Dios, a la Madre Naturaleza, al Arquitecto Universal, a la energía cósmica..a lo que sea que hizo posible lo que los mismos médicos llamaron un milagro y me siento feliz...sencillamente feliz.



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